Proyecto premiado por el Fondo Concursable para la Cultura - MEC
Fueron llegando algunos de los pescadores: Andres y Bea, la madre de Beatriz, Santiago, Brenda, Nelson,William y su compañera, con su bebé de apenas unos meses; también vinieron Javier Vitancurt e Irene, María Clara y su hija, Néstor, el guardaparques de la Riviera.Y empezamos a contar y leer la historia, y los dibujos empezaron a circular entre las manos, y hubieron preguntas, y risas, y comentarios...y el sol iba bajando y todos seguíamos ahí, algunos parados y acodados en las ventanas, recostados en las paredes del galpón, sentados en los cajones de pescado que, dados vuelta, se habían transformado en bancos...Hablamos sobre el origen de algunos episodios, sobre cuánto de nosotros o nuestras vidas había en algunos pasajes, y sentimos que, de alguna manera, muchos de esos pasajes y situaciones eran compartidas por quienes nos escuchaban... Imposible describir lo que sentíamos al ver que nuestra historia empezaba a estar viva en otros.Santiago planteó, por ejemplo, que el vínculo entre Agustín y su padre era tal cual. "Esas cosas pasan"... dijo. E incluso propuso construír (él, que es el constructor de las barcas) la máquina del tiempo para que estuviera ahí, en el galpón, y que la gente que visitara el pueblo no supiera si Agustín había sido real o no... Bea dijo en un momento: "Ninguno de los del pueblo fue a estudiar nunca a Montevideo. El primero es Agustín". Y Agustín es nuestro personje... bueno... ahora no sólo nuestro.
Esa noche nos quedamos en el pueblo, conversando mucho rato en el muelle, mientras el pueblo dormía...Había mucho que pensar, mucho que asimilar... Los dos compartíamos una sensación: "antes y después"... Guille dijo: "La laguna transforma las cosas..." y era cierto.El Vagabundo comenzaba a transformarse... era "la otra odisea"...
La mañana siguiente nos esperaba con una emoción más: Bea y Andrés que nos dicen: "Ahora los vamos a invitar a nuestra "odisea"..."y nos llevan en barca por la laguna, y vemos el espejo de agua en toda su dimensión, y la barra abierta, con las enormes olas del estruendoso mar formando la "punta de diamante"...
Caminamos por la playa..."playeamos" un poco con Lucas juntando caracoles, cucharitas, piedras...
Después nos encontramos con Héctor, que nos esperaba para hacer un recorrido por la laguna de las nutrias. Un lugar que hacía que uno hablara bajito para no perturbar aquel silencio tan calmo, tan exacto...
De regreso atravesamos un bosque de pinos que parecía salido de un cuento: algunos de los troncos tenían formas extrañas, incluso caras: un monstruoso ciervo nos miraba atentamente con sus ojos de piñas...
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